La cuestión dicotómica
¿Por qué se habla de diversidad? ¿Cómo la pluralidad rompe “lo de siempre”? ¿Desde cuándo se habla de familias? ¿Por qué no hay dicotomía en el género? ¿A qué obedece la negación de la polaridad política? ¿Para qué hablar de inclusión? ¿Cómo se transitó del trabajo colectivo al colaborativo? ¿Cómo se vuelven líquidas las viejas estructuras sociales? ¿Por qué se transita de la masificación social a la desmasificación social? ¿Por qué la escisión entre derecho público y derecho privado resulta inexacta? ¿En qué radica el éxito de las redes sociales? ¿Es la teoría un todo unitario? ¿Por qué se admite el traslape de la metodología cuantitativa y la cualitativa? ¿Acaso se han borrado algunas fronteras de la realidad?
Las realidades a las que se refieren este tipo de preguntas son realidades que se entrecruzan con un viejo asunto sociológico: la relación entre lo colectivo y lo individual. Ciertamente, al pie de los discursos específicos de la diversidad, la pluralidad, la inclusión, el género, las familias, el trabajo colaborativo, la desmasificación social, la sociedad líquida, la unidad del todo, y otros tantos asuntos sociales, aparece la consideración de “la cuestión dicotómica”.
Esta cuestión se ubica al centro de una discusión general, de naturaleza especulativa, en el que lo abstracto y denso del pensamiento lucha por justificar ese orden de realidades y discursos específicos. La sociología da cuenta de que la lucha por la transformación de la realidad inicia como una lucha en lo abstracto, en lo teórico, en lo etéreo, justo allí, en el campo del pensamiento. Y es que la raíz de toda dominación social siempre se encuentra en el mundo de las ideas. Las formas materiales que estas asumen son formas instrumentales.
Entonces, el objetivo es reflexionar sobre “la cuestión dicotómica” de lo colectivo e individual (existen otras dicotomías de interés teórico, como lo público y lo privado, lo normativo y lo descriptivo, lo material y lo ideal, lo objetivo y lo subjetivo; a partir de las cuales se pueden explicar y comprender diferentes fenómenos de la realidad). La reflexión que acá se vierte invita a reflexionar sobre las preguntas antes formuladas, tomando en consideración la perspectiva sociológica sobre la relación entre lo colectivo y lo individual.
Teoría social clásica y teoría social contemporánea
Una de las grandes cuestiones de la teoría sociológica de finales del siglo XX y del siglo XXI ha sido resolver los debates que se generan en torno a la dicotomía de lo colectivo y lo individual. La teoría social clásica y la teoría social contemporánea han protagonizado el debate.
La teoría social clásica se caracterizó por buscar respuestas desde una postura maniquea, polar, paralela, cerrada; mientras la teoría social contemporánea, particularmente en la dimensión del constructivismo social, lo ha hecho integrando los elementos de esa relación opuesta, sugiriendo una perspectiva abierta, plural, multidimensional, compleja. No puede afirmarse que una teoría es mejor o superior que la otra. Simplemente, cada una ha generado sus propias aportaciones.
Algunos autores de la teoría social clásica, alzaron lo colectivo sobre lo individual, al punto de considerar que todo acto singular estaría determinado por la fuerza de la social; mientras que otros, desde esa misma óptica dicotómica, reivindicaron lo individual sobre lo colectivo, al afirmar que la acción individual de cada sujeto estaría a la base de la constitución y determinación de lo social.
Los primeros, como Durkheim, impusieron la estructura, lo colectivo, el todo, la sociedad, sobre el individuo. Para él, la sociedad no es la simple suma de individuos. Philippe Corcuff, haciendo referencia al citado autor, destaca que “esta sociedad, que ‘sobrepasa infinitamente al individuo en el tiempo y en el espacio‘, está ‘en condiciones de imponerle las formas de actuar y de pensar que ha consagrado con su autoridad‘” (1998, p. 16). El acto más individual, como el suicidio, según aquel, estaría determinado por el peso de lo colectivo. Mary Douglas, relaciona que, para Durkheim, “el error inicial consiste en negar los orígenes sociales del pensamiento individual” (1996, p 28). Marx, bajo la dinámica de las clases sociales, se subsume en esta tradición. La idea de que las condiciones materiales en las que viven los seres humanos son las que determinan su conciencia, expresa muy bien la fuerza de lo colectivo.
Los segundos, como Simmel y Weber, impusieron la acción, lo individual, la parte, el segmento, o, si se prefiere, las motivaciones, sobre lo colectivo. Para este último autor, según Parsons, “la acción (handeln) es cualquier actitud o actividad humana (verhalten) (ya impliquen actos internos o externos, omisiones de actos o aquiescencia pasiva) si, y en la medida en la que, el actor o actores asocien a ellas un significado subjetivo (sinn)” (1968, p. 784). Para el individualismo metodológico, a la base de toda estructura social están las motivaciones de los individuos que las instituyen.
Una realidad compleja
Para los autores de la teoría social contemporánea la realidad es una realidad compleja. No se puede reducir a dimensiones cerradas y opuestas. Entre lo negro y lo blanco, por ejemplo, siempre existe una inmensa escala de grises. Por ello, han pretendido superar la polarización, al afirmar la posibilidad de que lo colectivo y lo individual se entrecruzan y complementan en la unidad de la realidad. La realidad, entonces, no es dicotómica y homogénea, sino compleja y heterogénea.
Bajo esta concepción, podría afirmarse que, si en la perspectiva clásica existen individuos y estructuras (lo colectivo), en la perspectiva contemporánea, dado el carácter complejo y heterogéneo de la realidad, lo que existen son individuos plurales y estructuras diversas. Esta sería, hoy por hoy, una de las ideas básicas sobre la cual se instituyen las diferentes dimensiones de la realidad. La idea de que existen individuos plurales y estructuras diversas se manifiesta en determinadas concreciones de la vida social contemporánea.
En la dimensión política, para el caso de El Salvador, surge y se fortalece la emotiva pretensión de superar la concepción tradicional de partidos políticos (“partidos de izquierda y partidos de derecha”), reconfigurando la forma de participar en los asuntos de la comunidad, al defender o promover la existencia de partidos de centro, o, curiosamente, de “partidos” en los que todos caben. Por igual, se confía en formas individuales o cuasi-individuales, a través de candidaturas no partidarias.
En la dimensión socio-cultural, por ejemplo, se sostiene que no existe una configuración binaria de la sexualidad y que tampoco existe una determinación colectiva de la identidad personal. En la dimensión jurídica, por ejemplo, se busca un punto de equilibrio entre las libertades individuales y el interés público, es decir, entre la fuerza de los derechos fundamentales de los individuos y la fuerza normativa del Estado. Se cree que existen formas alternas de superar los conflictos entre lo colectivo y lo individual. El consenso asume su protagonismo.
Por ello, las nociones de familias, género y diversidad sexual, trabajo colaborativo, pluralidad política, movimientos sociales contemporáneos, desmasificación social, entre otras; en el plano sociológico, pasan por una reflexión soterrada, es decir, no visible, no palpable, no develada, acerca de una realidad compleja y heterogénea, vista desde la óptica del pensamiento social contemporáneo. Ahora bien, antes de que en la realidad-empírica estas nociones libren su lucha, ya lo han hecho en su abstracción-teórica. Por tanto, el camino de evolución jurídica que recorren los individuos y las instituciones puede observarse con mayor claridad en la abstracción de sus contenidos sociales.
La integración del todo
Los autores de la teoría social contemporánea han querido explicar la realidad sin caer en la imposición de lo colectivo sobre lo individual, o viceversa. Pero esta aspiración, no termina de ser totalmente realizable. Sin embargo, la empresa desarrollada por autores como Norbert Elías, Anthony Giddens, Pierre Bourdieu, Peter Berger, Thomas Luckmann, Aaron Cicourel y Jon Elster, no carece de fortuna y admiración. Por el contrario, revisten múltiples riquezas metodológicas y teóricas que amplían la posibilidad del conocimiento, y que, en el contexto de globalización, de un mundo cada vez más interconectado, adquieren especial relevancia.
A mi juicio, lo colectivo y lo individual integran un todo, y este todo es colectivo e individual al mismo tiempo. El todo es una individualidad fragmentada y una colectividad amalgamada. La realidad es compleja, y esto significa que fluye en múltiples direcciones, en múltiples instantes y de múltiples formas. Se trata de una realidad articulada, de variadas dimensiones, con escalas espaciales y ritmos temporales dinámicos, que se producen y reproducen al mismo tiempo. La realidad es, siguiendo a Hugo Zemelman, un presente complejo, “un todo complejo”, que debe captarse como articulación de niveles articulados (2011, p. 40).
Además, la realidad social es una realidad magmática, inacabada y creativa. Lo complejo es, utilizando el concepto de Cornelius Castoriadis, “el magma de magmas”, que mezcla lo colectivo y lo individual, por el cual deviene, se consume y se renueva esa misma realidad. Esta forma de vida se concibe como una totalidad en movimiento perenne, que asocia el pasado y el porvenir, la causa y el efecto, lo colectivo y lo individual, la sociedad y sus miembros, al Estado y a las personas.
El magma de toda realidad es el flujo complejo de lo colectivo y lo individual. Cuando esto se comprende es posible romper el dique de la irresponsabilidad social con la que se reproduce toda forma de barbarie humana. Cuando se advierte que lo individual es colectivo y viceversa, es decir, cuando se estima que “el individuo, antes de ser un individuo, es un semejante” (Adorno y Horkheimer; 1969, p. 46), se fomenta un sistema de interacción humana que protege todo aquello que hace que el individuo sea lo que es: un auténtico ser humano.
La sociedad es humanidad. Así, se protege lo social, lo colectivo, solamente en la medida que posibilita al individuo. A la vez, se protege al individuo, en la medida que ampara la humanidad de lo social. El individuo goza, bajo este enfoque, de sus libertades con sentido de responsabilidad. Esto invita a pensar en la posibilidad de establecer un sistema jurídico que no centre su atención únicamente en los derechos individuales, sino que también extienda su énfasis a la promoción de las obligaciones sociales.
Cuando se disloca la relación de lo colectivo y lo individual, es decir, cuando el interés se apropia de uno de esos elementos, se implanta una mirada parcializada, una perspectiva de cuota, donde lo individual y lo colectivo se divorcian, provocando que lo social se degenere. Una mirada por cuota sólo observa a los vencedores, pero olvida a las víctimas y a los damnificados. Mira hacia el futuro, pero olvida el pasado. Le es imposible recordar, por ejemplo, que somos el producto de lo que nos precede. Una mirada por cuota niega que la violencia del colectivo sobre el individuo es otra forma de violencia sobre sí mismo. La represión, pues, solo es un camino de barbarie.
Referencias
- ADORNO, Theodor y Max HORKHEIMER, La sociedad. Lecciones de sociología, traducción de Floreal Mazía e Irene Cusien, Proteo, Buenos Aires, 1969.
- CORCUFF, Philippe, Las nuevas sociologías. Construcciones de la realidad social, Traducción de Belén Urrutia, Alianza Editorial, Madrid, 1998.
- DOUGLAS, Mary, Cómo piensan las instituciones, Alianza Editorial, Madrid, 1996.
- PARSONS, Talcott, La estructura de la acción social, II, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968.
- ZEMELMAN, Hugo, Conocimiento y sujetos sociales. Contribución al estudio del presente, con la colaboración de Alicia Martínez, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello, La Paz, Bolivia, 2011.
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